Se estima
que la mitad de las 390.000 personas que mueren cada año en España lo hacen
tras atravesar un estadio terminal de su enfermedad. Aproximadamente a un
tercio de ellas las mata el cáncer. Todo el mundo desea morir de un modo
repentino e indoloro, pero la mayoría de las veces no es así
Nada
hay más universal que el hecho de morir. La muerte linda con la vida y es
consecuencia de ella. Son dos reversos de una misma moneda. Sin embargo, como
reconoce la psicóloga Cristina Coca, «la muerte es el mayor tabú, más incluso
que el sexo». Esto queda patente en los cambios en las circunstancias que
rodean al óbito. Antaño la muerte era algo visible, social. Coca recuerda que
hace veinte años vio morir en su casa de una aldea gallega a una anciana
rodeada de su familia, niños incluidos. «De eso hemos pasado a una muerte fría,
de ciudad, donde se lleva al moribundo al hospital, donde se le ve menos». La
doctora Lourdes Rexach, coordinadora de la Unidad de Cuidados Paliativos del
Hospital Ramón y Cajal de Madrid, coincide en que «desde pequeños se nos enseña
que la muerte es algo que debe ocultarse; antes no era así».
La
muerte no gusta. Por eso se intenta ocultarla. O trivializarla en películas y videojuegos
sangrientos que la despojan de todo su dramatismo.
Eduardo
Clavé, experto en Bioética del Hospital Universitario Donostia, lo atribuye a que «la
muerte es una realidad que nos cuesta asumir y que hemos desterrado de nuestras
vidas tan solo mirando hacia otro lado. La muerte siempre es la muerte de otro.
No reflexionamos en torno a ella por no enfrentarnos al vértigo del vacío y la
soledad». Si alguna vez dejamos de esquivarlo y le damos vueltas a nuestro
seguro destino, la reacción frecuente es de rabia, de impotencia.
Periódico abc.es 2013-11-02
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