La edad media para probarlo se
sitúa en los 13,7 años, “pero no hay que olvidar que esa
es la media, algunos empezaran incluso antes”, resalta Fernando Cadaveira,
catedrático de Psicobiología de la Universidad de Santiago de Compostela y
Coordinador el grupo de investigación de Neurociencia Cognitiva y Afectiva (Necea).
Con su equipo investiga las consecuencias neurocognitivas del
consumo intensivo de alcohol (binge drinking) en jóvenes.
La conclusión es clara: “El patrón de consumo intensivo en jóvenes de inicio
temprano afecta a su cerebro a nivel
estructural y funcional”, señala este experto.
Este consumo intensivo entre los más
jóvenes es preocupante y supone la ingesta de grandes dosis de bebidas
alcohólicas en un corto periodo de tiempo, en general
durante el fin de semana. Una práctica que ha aumentado dramáticamente entre
los adolescentes y jóvenes en la última década y que se ha convertido en un
problema de salud en los países occidentales. Sin embargo, la influencia del
alcohol sobre el desarrollo del cerebro ha empezado a estudiarse hace poco. Aún
así las investigaciones publicadas señalan que el consumo “por atracón” deja su
huella en el cerebro de los adolescentes.
A largo
plazo también tiene consecuencias. Entre los cambios
estructurales, un menor volumen en el hipocampo, una estructura especialmente plástica, y por tanto vulnerable,
fundamental en la memoria y el aprendizaje, según han podido comprobar en un
estudio llevado a cabo con universitarios. Los efectos eran detectables al año de iniciar el
estudio. También se altera la corteza prefrontal, la parte más evolucionada de nuestro cerebro donde residen “las
funciones más humanas”. Esta zona se encarga del control de la conducta “a
muchos niveles. Por ejemplo es esencial para corregir el comportamiento cuando
estamos equivocados, o el control motor. Es la responsable de que cuando “me
apetece algo pueda contenerme, si me perjudica. Estas funciones sufren con el
alcohol. Como efecto agudo de una noche y como capacidad cognitiva a la larga”.
Y esas consecuencias sobre el
comportamiento son insidiosas, advierte, se producen poco a poco y, por tanto,
difíciles de detectar. Otros grupos de investigación han encontrado un aumento
de la impulsividad, y disminución de la atención, que impide concentrarse en lo
que tenemos entre manos, ambos relacionados con el efecto del alcohol sobre la
corteza prefrontal.
Los efectos sobre la memoria también son
palpables, según la investigación llevada a cabo entre los universitarios de
Santiago de Compostela. Los participantes leen una historia y después se les
pide que la recuerden de forma inmediata o media hora más tarde. “Los que
consumen alcohol de forma intensiva tienen peor memoria que los que no beben. Y eso ya en la primera evaluación, al año de
empezar el estudio. Esto persiste al menos a medio plazo. Incluso en personas jóvenes que han
dejado de beber, el rendimiento siguen siendo más bajo en recuerdo demorado”, explica Cadaveira. También tienen mayor dificultad para reconocer una
cara. Y es que, aclara este especialista, “una de las
anomalías en el hipocampo que más llama la atención en relación al consumo de
alcohol es que la neurogénesis se detiene. Y eso es perjudicial para seguir
registrando datos”.
También la memoria de trabajo, que reside en la corteza prefrontal, se altera con el alcohol. Este
tipo de memoria nos permite tener en mente datos para finalizar lo que estamos
haciendo y para planificar tareas. Además, la atención se desvía hacia la
búsqueda del consumo de alcohol, igual que ocurre con otras drogas. “Sabemos
poco de la reversibilidad de los efectos, aunque se puede anticipar que quienes
mantienen desde jóvenes un patrón de consumo intensivo incrementan el riesgo de
tener serios problemas de adultos, explica.
El alcohol provoca alteraciones del ánimo.
Según algunos estudios, el riesgo de depresión entre quienes practican el “binge drinking” es seis veces mayor. La alternancia de la euforia que induce la bebida con el bajón que
acompaña a los días sin consumo afectaría al hipocampo, donde el alcohol puede inhibir el
nacimiento de nuevas neuronas, que se asocia con la
depresión y la pérdida de memoria. De hecho, los adolescentes que empiezan a
beber pronto tienen un hipocampo más pequeño que aquellos que no beben.
Este
efecto neurotóxico estaría mediado
por el Factor Neurotrófico Dependiente del Cerebro (BDNF), que promueve la
neurogénesis y la plasticidad neuronal en condiciones normales, pero el consumo
abusivo de alcohol inhibiría su producción. En este sentido, el alcohol se
comportaría en forma contraria al ejercicio, que potencia el BDNF y de ahí el
efecto saludable de la actividad física para el cerebro. Y el perjudicial del
alcohol. Dos caras de una misma moneda: el BDNF, un neuroprotector natural.
Las
chicas consumen más alcohol que los chicos y
se emborrachan más, a pesar de que los chicos consumen con más frecuencia. Y es
que en ellas, el alcohol tiene un efecto mayor, ya que por lo general tienen
menor peso corporal y más grasa corporal, lo que hace que a igual cantidad de
alcohol, la concentración en sangre sea mayor. Y por tanto también el efecto
sobre el cerebro es más acusado, según algunas investigaciones.
El periódico abc.es 2013-11-03
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