Expertos de EE.UU. afirman que podría a partir
de las 20 semanas y reclaman cambios en la ley del aborto.
Antes
de la semana 20 es imposible físicamente que sienta dolor. La mayor certeza
está en torno a la semana 24.
La bioética tiene aún un gran dilema por resolver que aún
no ha resuelto la ciencia que estudia el desarrollo humano: ¿Puede sentir
dolor un feto que no conoce el sufrimiento físico? Y si lo siente
¿a partir de qué etapa del desarrollo su cerebro es capaz de procesar el dolor?
Las respuestas no son sencillas y podrían tener importantes implicaciones en la
legislación del aborto. Un feto podría experimentar un grave sufrimiento en el
momento de la interrupción de la gestación.
La polémica existe desde hace una década con numerosos estudios científicos contradictorios que han
intentado establecer diferentes fronteras a las 24, 35 o 37 semanas de
gestación. Otros aseguran que el gestante permanece todo el embarazo en un
estado de inconsciencia, un sueño muy profundo en el que le resultaría
imposible sentir dolor alguno.
En Estados Unidos esta polémica está ahora más viva que
nunca con la petición de un grupo de abolir la legislación que permite abortar
después de las 20 semanas, al entender que el feto empieza a sentir dolor en
ese momento del desarrollo. La Corte Suprema de Estados Unidos establece que se
puede abortar hasta que el feto puede ser viable fuera del útero, en torno a
las 24 semanas de gestación.
En España, la actual ley del aborto permite interrumpir
la gestación libremente hasta la semana 14 , pero se alarga el plazo hasta las
22 semanas si existen graves anomalías en el feto. Tampoco hay límite si existe
riesgo para la madre. Sin embargo, no hay ninguna regulación que obligue a los
hospitales a utilizar anestesia en el momento de realizar un aborto para evitar el
sufrimiento.
Los cirujanos fetales, que operan a bebés a través del
vientre materno, han sido los primeros en preocuparse por el sufrimiento fetal.
Todas las intervenciones en fetos se realizan bajo analgesia, sea cual sea su
etapa de desarrollo. «Lo hacemos porque así evitamos reacciones reflejas, se
paraliza al feto durante la operación y reducimos el margen de error. A partir
de las 24 semanas siempre utilizamos una anestesia más profunda. Puede que no
sienta nada, pero así no nos queda ninguna duda», explica Eduard Gratacós, jefe
del Servicio de Medicina Materno Fetal del Hospital Clínic de Barcelona. Este
centro, con 200 intervenciones al año, es uno de los hospitales de referencia
internacional en cirugía fetal. También es uno de los centros que utiliza
anestesia cuando se ve obligado a practicar un aborto a un feto avanzado porque
padece una malformación muy grave. «No está legislado, es un campo sin regular
y debería hacerse. Nosotros lo hacemos porque lo consideramos más ético».
La ciencia del dolor fetal es extremadamente compleja. Se
trata de medir algo tan subjetivo como el dolor en un ser vivo que no ha nacido
y no tiene forma alguna de comunicar sus sensaciones. No chilla, no se queja,
no llora...Muchas de las discusiones científicas entre más en un terreno
teórico que práctico porque resulta muy difícil caracterizar las respuestas
fetales al dolor. Algunas reacciones podrían considerarse simples reflejos,
difíciles de interpretar como una señal clara de sufrimiento fetal.
Pese a su complejidad, el estudio del sistema nervioso
fetal sí ha permitido llegar a conclusiones que empiezan a aglutinar opiniones.
Salvo investigaciones marginales ya pocos dudan que un feto siente. La clave
ahora es decidir a partir de qué momento del desarrollo se produce.
El australiano Nicholas Fisk, presidente de la Sociedad
Internacional de Medicina Fetal, fue el primer en defender que a partir de las
20 semanas o cinco meses de gestación un feto siente si se le infringe algún
daño. Lo defendía desde su experiencia, cuando en esa etapa del desarrollo
había realizado transfusiones sanguíneas a niños no nacidos y el feto liberaba
hormonas relacionadas con el estrés. Al aplicarles calmantes, el nivel hormonal
volvía a la normalidad.
Pese a este dato, Fisk hoy cree que existen nuevas
investigaciones en el campo de la Neurología que le han convencido de que
resulta imposible sentir dolor antes de las 24 semanas, explica a «The New York
Times».
Los signos de estrés, como los niveles elevados de
cortisol, también aparecen en personas totalmente anestesiadas, aclara el
responsable de cirugía fetal del Clínic de Barcelona. «En estos casos sabemos
positivamente que no sienten dolor porque no lo relatan cuando desaparece la
anestesia. Esa descompensación debe interpretarse como la respuesta del
organismo a una agresión», dice.
«Lo que sí sabemos con certeza es que es imposible que un
feto sufra antes de la semana 20. Físicamente es imposible asegura el cirujano
Eduard Gratacós. En esa semana es cuando se produce la primera conexión entre
la médula espinal y el tálamo, en la base del cerebro. El tálamo es una
estación de relevo sensorial y todas las vías de los sentidos, a excepción de
la olfativa, pasan a través de esta estructura. Antes de que se establezca esta
conexión física es imposible sentir dolor.
Gratacós sí anestesia a sus pequeños pacientes no nacidos
de 24 semanas. «Es entonces cuando se completa la conexión física entre el tálamo
y la corteza cerebral y se pueden empezar a transmitir las señales de dolor.
Pero para que esa señal se transmita correctamente habría que esperar a la
semana 29-30, asegura. «En ese momento, se dan todas las condiciones anatómicas
para que un feto reciba señales de dolor de la misma forma que un recién
nacido. Aunque no sabemos si realmente siente como tal».
En grandes prematuros, nacidos en ese tiempo, sí se han
podido hacer estudios neurológicos, encefalogramas en los que se han visto
señales que recuerdan de forma primitiva a las que experimentaría un niño.
La Universidad de Londres demuestran que, al menos, entre
las 35 y las 37 semanas de gestación, poco antes de nacer, el cerebro fetal es
capaz de procesar el dolor. En ese etapa, el cerebro del feto ya ha
desarrollado suficientes redes neuronales para poder distinguir al dolor como
una sensación
distinta al tacto.
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