Un
instituto especializado en artes, otro en tecnología, otro en humanidades... La
teoría dice que los centros especializados en un área, en ciertas iniciativas
de mejora pueden aumentar la calidad del sistema, y muchos países como Estados
Unidos, Francia o Rusia tienen años de experiencia con este tipo de institutos.
Sin embargo, los detractores de la medida que propone ahora para España la
reforma educativa (LOMCE) recuerdan los efectos negativos que también han
tenido ese tipo de centros: segregación, elitismo y desigualdad, con centros de
primera y centros de segunda. Incluso muchos de quienes los defienden señalan
un buen número de prevenciones necesarias para que no acabe siendo peor el
remedio que la enfermedad.
Empezando por el principio, la LOMCE dice
que los centros, básicamente los de secundaria, podrán desarrollar acciones
tendentes a la “especialización curricular, a la excelencia, a la formación
docente, a la mejora del rendimiento escolar”, entre otras. Las acciones de
calidad que lleven a esta especialización serán competitivas y los que ganen
tendrán más dinero y autonomía (por ejemplo, los directores podrán elegir
docentes) para llevarlas a cabo. Estos centros, además, podrán tener en cuenta
la nota para admitir solicitudes en la etapa posobligatoria, es decir, en bachillerato
y FP. Se trata de una pata más de la teoría que recorre toda la ley que impulsa
el ministro José Ignacio Wert: más autonomía (con rendición de cuentas) y
margen de especialización fomentará una especie de competición entre
escuelas que mejorará el sistema.
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