Los productos de alimentación de la mayoría de los supermercados
británicos lucen desde verano un semáforo. En rojo, el comprador debe
pensárselo dos veces antes de ponerlo en el carrito. En verde, tiene vía libre.
“Es la elección más sana”, señala sin ambages la Agencia de Seguridad
Alimentaria. El método de etiquetado, sin embargo, no ha podido evitar una
polémica que ha traspasado las fronteras de Reino Unido. Productos como el
aceite de oliva, los frutos secos o algunas carnes han recibido el castigo de
un semáforo rojo, lo cual podría penalizar su consumo. El Gobierno británico y
quienes lo avalan defienden el modelo para luchar contra la obesidad ante la
ineficacia de otras medidas, mientras que la industria alimentaria y otros
expertos consideran que ese semáforo solo demoniza un producto en concreto sin
tener en cuenta la dieta global del ciudadano.
El esquema de etiquetado de semáforos rojos
es una medida más de las que se están impulsando en Europa y Estados Unidos
para luchar contra la obesidad. El Departamento de Sanidad de Reino Unido estima
que los problemas de salud relacionados con el sobrepeso cuestan cerca de 5.000
millones de libras al año (5.900 millones de euros) al sistema. Por ello, el
Gobierno británico ha implantado un esquema en el que combina los tres colores
del semáforo —verde, ámbar y rojo— para indicar cuántas calorías, grasa, grasas
saturadas, azúcar y sal tiene un producto.
¿Tienen impacto medidas como los semáforos en rojo? El distribuidor
británico The Co-operative realizó una encuesta entre sus clientes. Según ese
trabajo, el 40% de las mujeres y el 30% de los hombres dejaron de comprar un
producto porque “contenía demasiadas grasas, sales o azúcares”. Javier Rovira,
profesor de marketing de ESIC, asegura que estas campañas sí tienen impacto.
“El consumidor cada vez es más sensible a lo que come. Y eso tiene efecto, en
especial si al lado de ese alimento hay otro que en lugar de rojo tiene un
ámbar”, explica.
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