Es un
fármaco sedante e hipnótico que se introdujo en el mercado mundial en 1957 (en
España llegaría más tarde) para tratar la ansiedad, el insomnio y las náuseas y
vómitos en mujeres embarazadas. El laboratorio fabricante, Chemie Grünenthal,
lo comercializaba ya en 48 países. En EEUU, sin embargo, la supervisora de la
agencia del medicamento (FDA) se negó a darle el visto bueno a la espera de
tener más datos sobre su seguridad. Apenas un par de años más tarde, las
malformaciones congénitas que comenzaron a detectarse en Europa y el resto del
mundo le dieron la razón. En 1962, el
pediatra alemán Widukind Lenz publicó un trabajo alertando de la posible
relación entre la ingesta del fármaco durante los primeros meses de embarazo y
las marformaciones en los hijos de aquellas mujeres, que nacían con graves
malformaciones, sobre todo en los brazos y antebrazos. La unión directa de las
manos a los hombros, que les daba un aspecto semejante a las aletas de una
foca, dio pie a que se denominase “focomelia”, aunque no eran los únicos
efectos, también ocasionó problemas en órganos internos. Se retiró del mercado
inmediatamente (1962), en Alemania y posteriormente en el resto de países (en
España en el 63), con un balance que el pediatra alemán estimaba en al menos
unos 3.900 afectados a los que habría que sumar casi 2.000 víctimas mortales
porque Lenz calculo que la mortalidad infantil en el primer año de vida era del
40%. En toda Europa hay unos 8.000-10.000 afectados, aunque algunos estudios
elevan la cifra de afectados.
No todas las mujeres que tomaron el fármaco
tuvieron niños afectados, ya que la talidomida producía alteraciones en el
desarrollo del feto si se tomaba entre los días 38 y 49 contando desde el
primer día de regla.
Hoy en día se sigue utilizando con
estrictos controles para un número reducido de patologías. En 1979, se empezó a
usar para el tratamiento del síndrome de Behçet (una enfermedad reumática
crónica) y, a partir de 1988, para la enfermedad de injerto contra huésped.
Hace 20 años, se describieron por primera vez sus propiedades antiangiogénicas
(inhibe la formación de nuevos vasos sanguíneos), comprobando resultados
favorables en el mieloma múltiple. Además, es un tratamiento útil contra la
lepra.
Este terrible acontecimiento sirvió de
lección para la comunidad científica, ya que hasta ese momento se consideraba
que la placenta era una barrear impenetrable que protegía al embrión de
cualquier agente externo. A partir de este hecho, los investigadores
descubrieron que algunos fármacos y otras sustancias podían atravesarla y
alterar el desarrollo embrionario, por lo que cambió el uso de medicamentos
durante el embarazo. Este fármaco obligó
a reforzar los estudios epidemiológicos sobre anomalías congénitas, endureció
las normativas sobre comercialización de fármacos y motivó la puesta en marcha
de registros internacionales de recién nacidos con defectos.
El
periódico elmundo.es 2013-10-14
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